Yolanda González: «Miraba a alguien y notaba dolor en el cerebro al reconocer gestos».
¿Qué te paso?
La verdad es que fue algo muy rápido. Al principio sentí una serie de síntomas que me extrañaban. A lo mejor estábamos aquí sentados y debajo de la mesa yo notaba como si me cayera agua caliente en los pies. También tenía visiones borrosas en algunos momentos y dolores de cabeza muy fuertes.
Tengo unas hernias cervicales y cada seis meses debo ir al neurocirujano para que me lo revise, así que se lo comenté al doctor y me dijo que eso no era de las cervicales, que debía de hablar con el neurólogo. Tras varias pruebas me dijeron que tenía un aneurisma cerebral y que había que operarlo lo antes posible.
Esto pilló en junio, me dijeron que había que hacer una arteriografía pero hasta pasados 15 días no tuve cita de nuevo con neurología. En ese momento todo fue un mar de dudas, necesitaba saber lo que estaba pasando porque no me habían explicado lo que era un aneurisma…ni siquiera sabía lo que era una arteriografía, ni una craneotomía. Fue mucho descontrol por falta de orientación y tuve que insistir para conseguir más información de lo que me pasaba.
Con la arteriografía ya me dijeron que tenían que operar rápido porque había una aneurisma encima de otra aneurisma. No podían hacer embolización porque tenía el cuello muy ancho y, además, podía explotar en cualquier momento, por lo que había que actuar lo antes posible.
¿Cuánto tiempo pasó hasta la operación?
Pasaron dos meses. Nadie me explicó cómo iba a ser hasta que conseguí que una doctora del equipo me lo explicara de forma informal. No debería de haberlo hecho ella, sino el especialista en esa microcirugía. Pero en los meses de verano y hasta la intervención no había nadie más que lo pudiera hacer.
La verdad es que me lo explicó muy bien, me hizo un croquis de cómo estaba: la aneurisma estaba en un “cruce” justo en la horquilla de la arteria central media. Era una aneurisma dentro de otra aneurisma. Según la doctora tenía un 98% de posibilidades de quedarme en la operación… y el mismo porcentaje de que me fuera en un mes si no se operaba, porque lo que tenía ahí era una bomba a punto de explotar.
Al final te quedas con que te tienes que despedir. Es una pasada cuando empiezas a despedirte de la vida. ¿Sabes? Fue un descubrimiento de mí misma: dejar muchas cosas hechas o sin hacer, ya daba lo mismo. De todo lo que tienes. Como no te da tiempo a arreglar todo lo que quieres arreglar antes de irte…pues lo que te queda es aceptar. Cuando aceptas, cuando te lo tragas, es cuando disfrutas. Yo disfruté. Empecé a disfrutar. Y fueron quince días buenos, no fueron malos.
El día de la operación vino gente a darme un beso. Aunque era una despedida fue muy bonito. Yo iba con una sonrisa, iba tranquila, porque ya lo había aceptado: no podía luchar y solo me quedaba disfrutar de aquel momento. Sentía mucha tranquilidad porque había hecho todo lo que había podido y me iba con mucha satisfacción de haber dado todo lo que quería dar a la gente: no me iba con rencores, había disfrutado de la vida, había dado todo el cariño que quería dar y me iba muy satisfecha de lo que había conseguido.
Casi eso es lo que más te habrá marcado después de la operación ¿verdad? No sé si quedaría algún tipo de secuela, aunque ya para ti sería más secundario que otra cosa ¿no? Entiendo que si te pregunto en qué ha cambiado tu vida antes y después vas a referirte siempre a esto que me cuentas ahora… Entonces, ¿cómo te has planteado la vida después de la operación?
Cuando de repente aparezco en la UCI, me parecía que estaba en un sueño. Veía imágenes y me venía a la cabeza que estaba viva, que tenía una segunda oportunidad. Estuve en la UCI una semana, me trasladaron a la habitación y a los dos o tres días me dieron el alta. Me fui a casa a los diez días.
Cuando salí de allí el primer mes me envalentoné. Me sentía fenomenal, que podía con todo. Pero no sentía al morder, veía doble con un ojo, me dolía mucho todo el lateral derecho de la cara y no quería que nadie tocara, era hipersensible, no escuchaba bien; cualquier ruido era un ruido tremendo, fuerte; poco a poco iba abriendo el ojo, pero muy despacio y sentía dolor. Yo pensaba que era del propio trauma, que me dijeron que podría ser. Además, desarrollé una sensación en el cerebro, un dolor en la parte derecha de la cabeza, justo entendí que se relacionaba con las emociones por cómo me dolía cuando me emocionaba. De repente miraba a alguien y notaba mucho dolor en el cerebro al reconocer los gestos: el tono, el querer entender y empatizar con aquello que decía. Al sentir ese dolor necesitaba cerrar los ojos, era impulsivo. Cerrarlos y callarme. Cada vez que lo hacía me sentía bien.
Si hablaba con los ojos cerrados podía mantener conversaciones largas. Si lo hacía con los ojos abiertos el solo hecho de interpretar gestos me costaba mucho. Vi que todo lo que era la interpretación de los gestos, las emociones, me costaba mucho. Cuando alguien chillaba era horrible. Estuve durante un año con tapones y aún los llevo porque todavía noto a veces esa sensación de necesitar que bajen el volumen. Me he hecho muy sensible a ciertos ruidos. Eso pasó durante un año. Me llegaron a regalar un colgante para que llevara los tapones, cualquier sitio al que fuera iba con mis tapones y mis gafas de sol.
Durante dos meses cada dos por tres estaba abriendo y cerrando los ojos porque el cerebro me bloqueaba y no podía mantener conversación. Durante esos meses me acostumbré a estar en silencio y a estar en mí. A partir de ahí empiezas a conocerte más. Como, salvo en ciertos momentos, no podía hablar con la gente; entonces leía mucho. Porque en la lectura no me pasaba. Por eso entendí que era el reconocimiento de los gestos.
¿No llegaron a hacerte ninguna evaluación neuropsicológica para ver si realmente interpretar los gestos era un problema?
No lo hicieron. Yo se lo comentaba al doctor, le decía lo que me pasaba y que no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Me decía que era normal, que estuviera tranquila que estaba todo bien porque me habían hecho una resonancia magnética y salió normal.
En ese momento empecé a leer cosas que me ayudaran a entender el cerebro, a entender la mente, y a entender si podía estar algo afectado para que yo pudiera sentir todo aquello. Sin darme cuenta me metí en un proceso de meditación en el cual observaba todas las sensaciones que estaban pasando en mi cerebro, en mi cuerpo. Y vi que yo misma, poco a poco, podía ir controlando el dolor y podía ir regulando esos procesos de malestar que tenía. Al final la forma en la que me relacionaba con las cosas me hacían ver mayor dolor o menor dolor, más desagradable o menos desagradable…
Y hay otras cosas… por ejemplo: mi marido no me puede dar un beso en el lado derecho porque está súper sensible, me hace daño, me molesta. También se ha quedado la fotofobia. Eso no se puede ir. Ya me dijeron que me tenía que acostumbrar a eso. Voy con mis gafas de sol a todos los sitios, que yo nunca las usaba antes. Incluso he dado conferencias, en mi profesión, y las he dado con gafas de sol.
Eres educadora social y sigues trabajando: ¿Ha cambiado tu forma de trabajar respecto a antes de la operación? ¿Cómo has introducido tu experiencia personal en tu labor?
Yo creo que lo que ha cambiado es la forma en la que recibo y acojo a la gente. Les acojo desde otra apertura, desde otra forma. También a mí misma: me respeto más que antes. Respeto más los ritmos, los he bajado muchísimo. Yo era hiperactiva y tras la operación necesitaba ir a un ritmo más tranquilo. Me ha costado, pero conseguí poquito a poco.
Aún noto que cuando hay un extra emocional me da el dolor ¿sabes? Hay veces que intento tener más segura esa parte emocional. En el 2015 no pudo ser. Porque en enero falleció mi madre, en marzo mi suegra y en mayo mi padre. En el mes de marzo tuve que decir adiós a mi trabajo porque no me pagaban, llevaba un tiempo sin cobrar y no podía seguir. Y a raíz de eso sí que ha cambiado por todo este aprendizaje que yo ya tenía de introspección y de ver la vida a un ritmo mucho más lento.
Ahora me estoy dedicando a formar, a dar formación en mindfullness. Enganché con el mindfullness a través de la meditación y me ayudó mucho el trabajar la atención plena. Me ha ayudado en todo el proceso de recuperación y a ver la vida de otra forma.
La verdad es que se quedan muchas preguntas porque salen más cosas…estamos hablando también de experiencia vital y de orientar la vida. Entonces creo que me voy a quedar, para cerrarlo, con dos preguntas básicas: si has pasado por este proceso y valoras todo de forma diferente ¿qué valoras más ahora? Y la segunda sería si tienes algún tipo de consejo o mensaje para las personas que están comenzando ahora con una lesión cerebral.
Pensaba que valoraba mucho a la familia. Y me di cuenta de que lo hacía, pero no lo suficiente. Tanto la familia como a mí misma. Creo que cada uno de nosotros tenemos muchísimo potencial para superar las cosas. Lo que hago ahora es valorarme más. También he tenido que valorar la vida en sí. Cada día que me levanto y cada noche que me acuesto lo hago con un “gracias”. Valoro mucho mis ciclos y mi lentitud, necesito respetarme eso.
A las personas yo les diría que se abrieran a observarse. Que se apoyaran mucho en las familias y en las redes sociales y de amistades que tienen. Porque a veces te sorprende la cantidad de apoyo que tienes y que no eres capaz de reconocer. A mí me ayudaron muchísimos y creo que es lo que más me ha animado, el saber y reconocer que cada persona que me manda un mensaje es un momento en el que alguien está pensando en mí. Y cuando empiezas a ver y a sumar todos esos pequeños momentos en los que la gente está pensando en ti, dices “qué afortunada soy”. Por eso vale la pena seguir allí, porque esas personas algo necesitan tuyo también, aunque sea saber que sigues luchando para vivir.